¿Con qué autoridad intentan hacer habitable un lugar de ficción y gozadera? A mí, por ejemplo, no me gustaría ser testigo del momento en que a Perico lo atropella el tren, pero lo bailo, y con gusto, escribe Cezanne Cardona Morales
¿Con qué autoridad intentan hacer habitable un lugar de ficción y gozadera? A mí, por ejemplo, no me gustaría ser testigo del momento en que a Perico lo atropella el tren, pero lo bailo, y con gusto, escribe Cezanne Cardona Morales
Eso es lo menos que se dice en las ferias de libros. Hace poco, en una feria celebrada en Madrid, un periodista cultural hizo una tontísima pregunta en una mesa de diálogo entre escritores: “¿En qué libro te gustaría vivir?” Todos tardaron en contestar y, al momento de aportar el título, hicieron una curiosa salvedad: del libro seleccionado escogían una escena mínima puesto que, como cuenta Gustavo Martín Garzo, “los libros que más nos gustan no son muy aconsejables para vivir”. ¿A quién le gustaría vivir en la pensión donde Raskólnikov, en Crimen y Castigo, le abre la cabeza con un hacha a una anciana? Ni hablar de esa infecta habitación en la que se pasea Gregorio Samsa convertido en un monstruoso insecto y su padre le tira manzanas que se le encajan en el costado. ¿Qué decir de lo que le sucede a Pichulita Cuéllar en Los cachorros de Vargas Llosa? Por más buenos que nos pintemos, dudo que muchos quisieran vivir en el Londres pobretón de Dickens o en la mansión de Jay Gatsby, cuyos invitados fiesteros cantan borrachos y a coro: “Los ricos tienen dinero y los pobres tienen hijos”.
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