Es redundante la lengua, punto. Y nos dice Bosque que “la redundancia no es un vicio del idioma. […]; recorren la lengua de extremo a extremo; aparecen […] en casi todas las construcciones del español, al igual que sucede en otras muchas lenguas, tal vez en todas”. Así pues, existen grados de redundancia y esta puede aparecer […] “casi enmascarada a los ojos de los hablantes […] ”. La redundancia cumple propósitos no solo útiles, sino necesarios. Por ejemplo, el pronombre (le ~ les) se duplica cuando decimos (ejemplo de Bosque): “Le duele la cabeza a María”, y no “Duele la cabeza a María”. ¿Ve la redundancia? “Los contextos que exigen la duplicación en estos casos son de muchos tipos, aunque destacan entre ellos los que expresan afecciones, sean físicas o emocionales”. Y, como bien aclara, la redundancia permite expresar relaciones de énfasis. Mire estos ejemplos: “A mí me gustó y Me gustó a mí”. Ambas son redundantes, pues podemos prescindir de “A mí”. Mí y me son pronombres “duplicados”. En las oraciones negativas, la redundancia se manifiesta de dos formas: “la concordancia negativa”, como cuando decimos “No vino nadie” y la que él denomina negación expletiva: “No me voy de aquí hasta que no me atiendan”. Y los “tan repetidos subir arriba, bajar abajo, salir afuera y volver atrás”, son otra variante del mismo fenómeno. ¿Por qué repetimos información?”. . . ¿Será que “los seres humanos somos por naturaleza amantes del rodeo y el circunloquio, seres repetitivos por naturaleza, o quizás animales de costumbres, rutinas y ceremonias”? ¿Qué piensa usted? ¿O será qué piensa y ya?
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