El gobierno, los tribunales, la abogacía y la sociedad en general no pueden ignorar las tensiones emocionales y los peligros reales que experimentan diariamente los miembros de la Policía, plantea Antonio S. Negrón García
El gobierno, los tribunales, la abogacía y la sociedad en general no pueden ignorar las tensiones emocionales y los peligros reales que experimentan diariamente los miembros de la Policía, plantea Antonio S. Negrón García
No hay que recurrir al diccionario para saber qué significan peligro (posibilidad de que ocurra algo desagradable) o amenaza (presagio de un mal próximo e inminente). Son vocablos que inexorablemente lanzan al terreno del trance, el miedo, la muerte. Y son estas palabras, sin duda, las que mejor definen la cotidianeidad de los hombres y las mujeres de la Policía (estatal y municipal). En el desempeño de la ocupación civil más riesgosa, cuya misión es proteger vidas, propiedades, preservar el orden público, respetar los derechos civiles y prevenir, descubrir, investigar y perseguir el delito, la defensa (uso de la fuerza física) y las armas de fuego son herramientas diarias y estresores per se. A estas tensiones se unen otras nacidas de insatisfacciones por los turnos rotativos, las jornadas de trabajo excesivas, la cancelación inesperada de licencias por vacaciones, los traslados que desestabilizan los lazos familiares, los atrasos en el pago de horas extras y otras licencias y la alienación y prejuicios de algunos sectores de la sociedad (delincuentes incluidos).
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