

Las etiquetas se utilizan para identificar un producto; para distinguirlo de los demás. Las etiquetas son una estrategia de mercadeo para que el producto sea más atractivo al consumidor. Lamentablemente, existen etiquetas sociales y eclesiásticas con el único fin de manipular, controlar, estereotipar y marginar. Estas etiquetas de dolor las vemos en los medios de comunicación, en los espectáculos y la cultura misma, en la cual la diversidad es motivo de burla y estigma. Escuchamos frases como: “ahí va el hijo del adicto”; “mira la loquita”, “bendito, el nene tiene autismo”. Estas etiquetas marcan al que las lleva, a la familia o al grupo que pertenece con la disfuncionalidad. Eclesiásticamente, visualizamos etiquetas que deshumanizan desde los presbiterios distorsionando el evangelio; que, en vez de ser un mensaje de vida, de esperanza y oportunidad, se convierte en uno de injusticia, sufrimiento y muerte.
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