Sugerir que una alianza electoral cuya cabeza es el PIP es capaz de representar los intereses de cierto electorado estadista es inherentemente contradictorio, escribe Luis Méndez del Nido
Sugerir que una alianza electoral cuya cabeza es el PIP es capaz de representar los intereses de cierto electorado estadista es inherentemente contradictorio, escribe Luis Méndez del Nido
El cine, cuando es bueno, logra que el espectador se desentienda, al menos brevemente, de la realidad. Lo mismo puede decirse de cualquier obra narrativa. Cuando sus dimensiones son lo suficientemente amplias, cuando su universo es lo suficientemente cautivador, uno está dispuesto a sumirse en el mundo de ficción que la obra propone, sin reparar demasiado en si sus normas se ajustan a las del mundo real, o no. A ese fenómeno se le llama suspensión de incredulidad. Es lo que permite que disfrutemos películas como Misión Imposible o distintas aventuras de James Bond sin abandonar la sala de cine decepcionados. Y es, también, lo que al parecer Juan Dalmau y la llamada Alianza de País piden de los electores estadistas el próximo noviembre.
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