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La idea de un buen liderazgo colectivo sigue siendo una tarea urgente, de madurez democrática y salud cívica. Hemos internalizado peligrosamente un modelo hegemónico con claros rasgos maquiavélicos. Usualmente identificamos liderazgo como un fin en sí y no como un medio para fines comunes. Presumimos la lógica bélica de amigo/enemigo como falsa dinámica comunicativa, en vez de identificar su carácter corrosivo y despreciativo. Priorizamos, con valiosas excepciones, la violencia discursiva frente a la capacidad dialógica; aniquilar al adversario en vez de respetarlo como ser digno.
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