

La crisis energética que ha golpeado a Europa en los últimos años no es el resultado de un solo evento, sino de décadas de decisiones estratégicas que la han dejado vulnerable ante factores externos. La excesiva dependencia del gas ruso, la falta de inversión en infraestructura energética diversificada y un modelo de defensa sostenido por la protección estadounidense han generado un cóctel peligroso para la estabilidad del continente. La guerra en Ucrania y las crecientes tensiones geopolíticas han sido la chispa que encendió una crisis que ya estaba en gestación.
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