A medida que nos acercamos al aniversario de su reapertura, lo más importante es reflexionar sobre cómo esta iniciativa ha abierto una ventana para la verdadera inclusión y el turismo accesible en la isla, escribe Carolina Mellado
A medida que nos acercamos al aniversario de su reapertura, lo más importante es reflexionar sobre cómo esta iniciativa ha abierto una ventana para la verdadera inclusión y el turismo accesible en la isla, escribe Carolina Mellado
En el año 1994, surgió una idea en la mente de Rosimar Hernández, una niña de 14 años con diversidad funcional. Le parecía injusto que la gente disfrutara y se relajara en las hermosas playas de Puerto Rico, mientras que, lamentablemente, los miembros de la comunidad con diversidad funcional quedaban excluidos. Su frustración se convirtió en acción cuando propuso la creación de un Mar Sin Barreras al entonces gobernador Pedro Rosselló. El sueño de Rosimar se hizo realidad cuando en el año 1995, el gobierno estableció Mar Sin Barreras, en el Balneario La Monserrate, en Luquillo. Yo era demasiado joven para presenciar ese momento, pero a través de fotos, vídeos y relatos periodísticos de aquel entonces, he podido constatar la alegría que surgió ese día entre la población con diversidad funcional. Mar Sin Barreras se convirtió en un lugar ideal en el que los residentes y turistas, con necesidades especiales, ya no miraban de reojo, sino que disfrutaban del agua junto a todos los demás.
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