Marisol Malaret rechazaba la fanfarria y la labor vacía, porque a este mundo vinimos a hacer algo y la celebrada belleza pasa, escribe Tatiana Pérez Rivera
Marisol Malaret rechazaba la fanfarria y la labor vacía, porque a este mundo vinimos a hacer algo y la celebrada belleza pasa, escribe Tatiana Pérez Rivera
Todos creemos tener un pedacito de Marisol Malaret. El orgullo que representó su coronación como Miss Universe en el 1970 se insertó en la siquis boricua y se ha heredado a otras generaciones; basta ver su foto del momento -bonita, sencilla y feliz- para conectar con esa capacidad que algunos tienen de resumir la esencia de esta isla caribeña, invisible para muchos. Incontables niñas se llamaron “Marysol” en su honor, se instauró como ícono de elegancia y el acceso que tenía al público lo usó para reflejarlo en los programas de televisión, radio y en las revistas en las que laboró.
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