Cuando evoco mis años escolares invariablemente recuerdo la emoción que me producía el primer día de clases. Todo debía estar impecable; bulto nuevo (o al menos muy limpio), libretas identificadas con letra pulcra, libros forrados, lápices con punta, uniforme planchado y peinado perfecto. La estética era importante, demostraba respeto, reflejaba esmero y satisfacción. Era el momento de posar para la Polaroid, esa foto quedaría guardada a perpetuidad. La tradición continúa, pero ahora la imagen se instala en la página de una red social para que la familia y las amistades compartan el momento.
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