El terremoto de la noche del martes en el D.F. ha vuelto a mover esos hilos invisibles que vinculan a mexicanos y puertorriqueños, gentilicios que para mí son uno solo, escribe Mario Alegre Barrios
El terremoto de la noche del martes en el D.F. ha vuelto a mover esos hilos invisibles que vinculan a mexicanos y puertorriqueños, gentilicios que para mí son uno solo, escribe Mario Alegre Barrios
Hace poco menos de 36 años -el 19 de septiembre de 1985- un sismo descomunal transformó para siempre el rostro de la Ciudad de México en la que me crié, tragedia mayúscula que viví a la distancia, pero no por eso de manera menos angustiosa. Ocho años antes había llegado a vivir a Puerto Rico sin la conciencia clara de que sería para siempre y de que mi tierra natal habría de ser desde entonces una nostalgia inmune al tiempo y al olvido.
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