Esa era una de las grandes bellezas de Marisol: su autenticidad. No había arrogancia. Solo amor, empatía y compasión, transmitidas con la belleza física que nunca la abandonó, escribe Jennice Fuentes
Esa era una de las grandes bellezas de Marisol: su autenticidad. No había arrogancia. Solo amor, empatía y compasión, transmitidas con la belleza física que nunca la abandonó, escribe Jennice Fuentes
Cuando Marisol Malaret se convirtió en nuestra primera Miss Universe en 1970 yo apenas aprendía a leer, pero entendí que el evento era significativo. Cuando abrió su boutique La Femme, en Plaza Las Américas, me sentía importante cuando la visitaba y ahorré para poder comprar allí mi primer traje de baño “de lujo”. Jamás pensé que la conocería, pero nuestros caminos estaban destinados a cruzarse.
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