Cuando me preguntan qué es eso del Estado Benefactor lo explico así: la posibilidad de que un nieto pueda redimir el peso violento del capital con un sigiloso pizzicato desde la yema de los dedos, escribe Cezanne Cardona Morales
Cuando me preguntan qué es eso del Estado Benefactor lo explico así: la posibilidad de que un nieto pueda redimir el peso violento del capital con un sigiloso pizzicato desde la yema de los dedos, escribe Cezanne Cardona Morales
El asesinato de mi abuelo me llevó al violonchelo. Eso fue lo que le dije al profesor de Teoría y Solfeo del Programa de Cuerdas Para Niños, en el Conservatorio de Música, cuando me preguntó por qué había seleccionado aquel instrumento. Nunca conocí a mi abuelo, pero crecí viendo aquel recorte del periódico El Imparcial, que guardaba mi abuela en un álbum de fotos, y en el que aparecía la noticia del asesinato junto a una promoción del segundo Festival Casals que se celebraba en la isla. En una página, publicaban la crónica roja sobre un trabajador de la caña -mi abuelo- y, en la otra, la reseña del último día del Festival Casals. Es decir, que la misma noche en que Isaac Stern tocaba el “Concierto número 3 para violín en Sol Mayor” de Mozart, seis sujetos golpeaban y aplastaban, dos veces, a mi abuelo con un carro. Por supuesto, Casals no salvó a mi abuelo de sus asesinos, pero años después tuve la oportunidad de imaginarme el fantasma de mi abuelo, orgulloso en una butaca, mientras su nieto tocaba en la Orquesta Intermedia. Así que cuando me preguntan qué es eso del Estado Benefactor lo explico así: la posibilidad de que un nieto pueda redimir el peso violento del capital con un sigiloso pizzicato desde la yema de los dedos.
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