Leyendo el opúsculo uno tiene la intuición de que si suma la lista de millones que trajo Jenniffer González nadie tendría que trabajar nunca más en la isla, escribe Cezanne Cardona
Leyendo el opúsculo uno tiene la intuición de que si suma la lista de millones que trajo Jenniffer González nadie tendría que trabajar nunca más en la isla, escribe Cezanne Cardona
Raymond Queneau jamás imaginó que su libro Cien mil millones de poemas tendría contendiente en el Caribe. Me refiero, por supuesto, al opúsculo que envió Jenniffer González por correo en estos días. Utilizando la misma estrategia poética de Queneau, la comisionada residente en Washington ha conseguido escribir un enorme pero breve poema épico (o una oda a sí misma a lo Walt Whitman) sobre los fondos federales. Mientras que el libro de Queneau constaba de apenas diez sonetos divididos de tal forma que permitían una combinación limitada (de por lo menos 100 mil millones, según los críticos), el opúsculo de González muestra -sin tapujos- el vértigo, el milagro, el éxtasis y el misterio de nuestro infinito presupuestario.
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