Es obvio que el activismo pasa por su peor momento. ¿Qué diferencia existe entre aquel seguidor de Trump que se robó el podio de Nancy Pelosi y los que lanzaron sopa de tomate a Los girasoles de Van Gogh?, cuestiona Cezanne Cardona Morales
Es obvio que el activismo pasa por su peor momento. ¿Qué diferencia existe entre aquel seguidor de Trump que se robó el podio de Nancy Pelosi y los que lanzaron sopa de tomate a Los girasoles de Van Gogh?, cuestiona Cezanne Cardona Morales
Más que la sopa de tomate Heinz que chorreaba por Los girasoles de Van Gogh, tras el ataque de dos ecologistas, en realidad lo más peligroso del atentado fue la pregunta que lanzó a las cámaras uno de los miembros del grupo Just Stop Oil: “¿Qué importa más, el arte o la vida?” No solo fue un desperdicio de sopa, sino una de esas preguntas falsas con las que justifican la reducción de presupuesto para las Humanidades. Llena de retórica banal y de un narcisismo atroz, la diatriba ecológica que intenta escindir la vida del arte elimina la vida misma: descarta la flauta que sale del árbol, borra el algodón del vestido, invisibiliza la cerámica de la taza de café y aleja las canciones de las tripas de ganado con las que artesanos prepararon instrumentos. Con esa misma pregunta Platón sacó a los poetas de las República, a Sócrates le ofrecieron la cicuta, Stalin deportó a Anna Ajmátova, y la mordaza encerró a Matos Paoli. “¿El arte o la vida?” La pregunta es falsa por la facilidad con la que arrincona extremos y por la sordidez con la que se acurruca detrás del porno-folclorismo que acarrea la ansiedad por el éxito.
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