¿Por qué les cuesta tanto a los devotos aceptar que en el centro de toda religión -cualquiera- hay una violencia gozosa?, cuestiona Cezanne Cardona Morales
¿Por qué les cuesta tanto a los devotos aceptar que en el centro de toda religión -cualquiera- hay una violencia gozosa?, cuestiona Cezanne Cardona Morales
A la primera dama de Ponce le incomoda la representación violenta de los vejigantes, pero al parecer no le molesta que Dios le pida a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac: “Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo”. Aquí es donde se enredan los hermeneutas y los teólogos. Algunos intentan salvar la macabra escena diciendo que, justo antes de que el patriarca conduzca el cuchillo por el cuello de su hijo, aparece el ángel que lo detiene y el carnero encajado en un zarzal listo para sacrificar. A otros exégetas no les queda más remedio que despachar el terrible versículo del Génesis bajo la costumbre de la religión cananea, y usan esa palabrita a la que tanto le teme la primera dama de Ponce: “cultura”. Porque para la doctora en consejería y sanidad, “no todo lo que se viste de cultura es cultura”. Dicho de otro modo: la cultura de los vejigantes es perjudicial para los niños porque los asusta, dice, y porque según su criterio esas máscaras paganas y pintorescas representan “espíritus de temeridad”, mientras que la cultura religiosa que la primera dama profesa es supuestamente menos violenta, justo como aquella cancioncita -¡tan pulcra y tan íntegra!- que le enseñan a los niños en algunas iglesias: “Jonás no le hizo caso a la palabra de Dios, por eso al mar profundo la gente lo tiró, y vino un pez muy grande, y pum, se lo tragó”.
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