
Opinión
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Si algo define el pontificado de Francisco es su capacidad de despertar pasiones y resquemores con la misma intensidad. Ha sido un Papa con aroma a calle, con gestos de párroco de pueblo y convicciones de pastor tercermundista. No es un intelectual enclaustrado en la cúpula de San Pedro, ni un tecnócrata de la fe. Es un hombre que ha hablado más con los gestos que con los dogmas, y quizá por eso se ganó devociones y desconfianzas en proporciones casi simétricas.
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