No hay un derecho constitucional a explotar cuartos de dinamita, ni siquiera triquitraques, en ninguna época del año, escribe Hiram Sánchez Martínez
No hay un derecho constitucional a explotar cuartos de dinamita, ni siquiera triquitraques, en ninguna época del año, escribe Hiram Sánchez Martínez
Paulo se quedó a vivir en casa cuando falleció nuestro hijo. Era su perrito y él lo había rescatado de la calle. Aunque nunca habíamos tenido mascotas, Paulo se ha integrado plenamente a nuestra vida familiar. Tratamos de que pudiera dormir dentro, pero no superó sus costumbres de perro de la calle y prefirió hacerlo en una terraza amplia y techada donde está su camita. En las Navidades descubrimos que no podía manejar el estrés que le producía el ruido de la pirotecnia. No hay nada que lo sosiegue, ni siquiera aunque se le acaricie, se suba al sofá con nosotros y le hablemos con palabras tranquilizantes. Aun en el “family”, cuando escucha los petardos, le cae a golpes a la puerta corrediza, tratando de escapar para la calle, como si realmente pudiera huir de ese estruendo amenazante. Tiembla y jadea desesperadamente.
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