
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Hace muchos años un estudiante “rezagado” me invitó a una clase que tomaba bajo el Programa de Educación Continua para Adultos (PECA) para compartir con sus compañeros. Él había estado preso siete años, pero siempre ansió estudiar en la Universidad de Puerto Rico y al fin había entrado. La doñita “sociopenal” que lo supervisaba le decía que él no debería tener aspiraciones tan altas, que se contentara con obtener un grado técnico de un colegio privado y ya. Pero él insistió, y estaba en el Recinto de Río Piedras tomando clases, pensando, escribiendo, y dudando, que es la mejor manera de aprender. Guiados por una maestra ejemplar, él y sus condiscípulos, que trabajaban limpiando casas y jardines o friendo hamburguesas, estaban leyendo literatura puertorriqueña y deseaban conversar con escritores. Nunca había estado yo ante un estudiantado tan motivado, y tan auténtico. No eran arrogantes, como llegan a ser algunos jóvenes universitarios, ni hablaban con soberbia de sus estudios; tampoco creían que estaban cambiando al mundo y, sin embargo, lo estaban haciendo. Su presencia en la Universidad lo atestiguaba. Luego fui consejera académica de estudiantes que, como ellos, habían sido aceptados a la universidad por métodos alternos a los tradicionales, y habían mejorado tanto académicamente, que completaban bachilleratos regulares.
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