El Dalai Lama debe demostrar sin lugar a duda que no es un pedófilo ni un abusador espiritual. Esa es su asignación pendiente. De otro modo perderá la confianza y la admiración de gran parte de la población mundial, escribe Sarah González López
El Dalai Lama debe demostrar sin lugar a duda que no es un pedófilo ni un abusador espiritual. Esa es su asignación pendiente. De otro modo perderá la confianza y la admiración de gran parte de la población mundial, escribe Sarah González López
El beso en la boca a un niño por parte de “su santidad”, el Dalai Lama y la solicitud de que le chupara la lengua ha desatado más de una controversia en torno a las posibles connotaciones sexuales del mismo. A un grupo de mujeres de mi círculo cercano, nos ha perturbado. De inmediato las alarmas que nos exigen proteger la niñez de la violencia sexual se activaron. Varias ideas forman parte de mis preocupaciones. Me gustaría exponerlas sin animosidad, con la esperanza de poder alumbrar el horizonte ético que supone esta experiencia. Desde mi punto de vista, este escenario nos coloca de frente a dos modalidades de violencia que en este caso se intersecan: la pedofilia y la violencia espiritual.
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