Un juez regañando el cadáver de una mujer ejecutada por su expareja es la peor narrativa que se le puede ofrecer al país, escribe Cezanne Cardona Morales
Un juez regañando el cadáver de una mujer ejecutada por su expareja es la peor narrativa que se le puede ofrecer al país, escribe Cezanne Cardona Morales
Ningún tribunal hubiera emitido alguna orden de protección para Penélope por los pretendientes que invadieron su casa. Aunque no existían los tribunales como los conocemos ahora -faltaban más de tres mil años para eso- Homero ya intuía la necesidad de una justicia doméstica que protegiera a los que no participaban de los grandes acontecimientos. Es obvio que Homero no confiaba ni en los dioses ni en los jueces; los primeros por caprichosos; los segundos por ocuparse solo de los asuntos de la guerra. Ese fue el caso, por ejemplo, del juez que intervino en la disputa entre Antíloco y Menelao, en los juegos celebrados luego de la muerte de Patroclo, por una competencia de carros tirados por caballos; y ese también fue el caso de aquel otro juez que tomó parte en la discordia de la manzana de oro y que, al darle la razón a Afrodita, le dio comienzo a la guerra de Troya.
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