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Esta semana sucedió lo previsible en Perú. Un nuevo cambio de presidente, a poco más de un año de haber sido juramentado. Digo previsible, porque Perú ha llegado a un punto en el cual cada día la gobernabilidad resulta más difícil. Esta vez, a diferencia de todos los presidentes anteriores, la población había elegido a un maestro de escuela y líder sindical rural, de izquierda. Los agobiantes problemas del país llevaron al sorprendente triunfo, por muy estrecho margen, de este maestro rural sin experiencia político-partidista, lo que fue valorado como un activo por la población. La mayoría del Congreso electo, sin embargo, fue de derecha, fundamentalmente de la fuerza política de Keiko Fujimori, hija de un expresidente/dictador, cuyo legado ha sido una polarización económica y política muy marcada. El presidente Pedro Castillo no pudo gobernar frente a la avasallante oposición del Congreso; ni siquiera conseguir aprobación de alguna de las medidas que le envió. El Congreso pensaba que el problema era él; Castillo consideraba que para gobernar tenía que convocar nuevas elecciones congresionales.
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