La dignidad humana no debería coexistir con la claudicación, ni con la promesa de claudicación. Cuántas veces, sin embargo, se lacera y aplasta al ser humano y su dignidad por acción directa, o por los efectos de decisiones que asumen la conveniencia como un fin en sí mismo, o que, rendidas por la inmediatez o la retención del hosco gusano del poder, arrasan o lastran la vida de los demás. El colonialismo, que es la suprema claudicación a los principios más fundamentales de la libertad y de la justicia, es la negación más profunda de la dignidad humana y el caldo más fértil para esa claudicación.
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