Hacen falta jueces y juezas formados intelectualmente, y profesionalmente, en el fragor cotidiano del litigio, experiencia que no se adquiere jamás como asesor, en las escuelas de Derecho o por linaje político, escribe José Antonio Orta Cotto
Hacen falta jueces y juezas formados intelectualmente, y profesionalmente, en el fragor cotidiano del litigio, experiencia que no se adquiere jamás como asesor, en las escuelas de Derecho o por linaje político, escribe José Antonio Orta Cotto
Una célebre frase de Camus señala que “una sociedad que falla en conciliar la justicia y la libertad, falla en todo”. El nombramiento del hoy juez del Tribunal de Apelaciones, Roberto Rodríguez Casillas es uno excepcional, meritorio y necesario para nuestro más alto foro. Yo conozco al juez Rodríguez Casillas desde noviembre de 2005, cuando era juez superior de la sala 206 de lo Penal del Centro Judicial de Carolina. El juez Rodríguez Casillas se caracterizaba por su temple judicial y conocimiento del Derecho Penal, pero sobre todo, por su humildad. Una humildad que cada vez es más escasa en nuestra judicatura. La toga, como el poder que otorga, magnifica los defectos en la personalidad de quien la lleva; en muchos o muchas acentúa la falta de circunspección, la soberbia y la prepotencia.
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