A escondidas de mi padre, fundé y cree mi propio taller de teatro en el mismo seno de mi comunidad, a tan solo dos cuadras de donde él tenía su punto de drogas, relata el cineasta Antonio Morales Cruz
A escondidas de mi padre, fundé y cree mi propio taller de teatro en el mismo seno de mi comunidad, a tan solo dos cuadras de donde él tenía su punto de drogas, relata el cineasta Antonio Morales Cruz
Eran los años 90. Era un niño de familia pobre, de caserío, el mayor de tres hermanos, hijo de un padre tirador de drogas y una madre víctima de violencia doméstica. Desde chamaquito siempre supe que formaba parte de un hogar disfuncional. Otros niños de mi edad y de mí mismo entorno, no se daban cuenta. Incluso, mi propia familia no se daba cuenta, pero siempre supe que algo no estaba bien en casa. Siempre supe que los golpes que recibía mi mamá de parte de mi papá no eran normales; o que encontrarme paquetes de cocaína escondidos en cajas de tenis en las gavetas o el clóset, no era algo normal. Tampoco era normal que tirotearan nuestro apartamento en horas de la madrugada (los enemigos de mi papá) y tener que tirarnos al piso, y luego volver a irnos a dormir porque al amanecer teníamos que ir a la escuela, como si nada hubiera pasado. Estaba tan consciente que las drogas eran malas que un día eché por el inodoro un paquete de cocaína sin tener idea que eso por poco le causa la muerte a mi padre, y a mí, una pela.
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