Ahora, los partidos que se han alternado el poder escarban en la nueva derecha patética coreando una frase digna de la banalidad del bien: ‘Proyecto Dignidad c’est moi’, escribe Cezanne Cardona Morales
Ahora, los partidos que se han alternado el poder escarban en la nueva derecha patética coreando una frase digna de la banalidad del bien: ‘Proyecto Dignidad c’est moi’, escribe Cezanne Cardona Morales
Para regalarle una digna tarde de lujuria a su protagonista, y librarse a su vez de la censura del Segundo Imperio francés, Flaubert desplazó su pluma hacia la intemperie. Así que montó a Emma Bovary y a su amante Léon en un carruaje, pero corrió las cortinas de las ventanas y nos sacó de la escena. Es decir, nos puso a imaginar desde afuera los endosos del placer. Sólo sabemos que la escena se vuelve picante cuando vemos al carruaje bambolearse de lado a lado, pasando por las mismas calles a toda prisa, o cuando el conductor fustiga a los caballos y el sudor ecuestre casi nos salpica. A pesar de que no hubo desnudez explícita, el abogado imperial, Ernest Pinard, señaló la escena del carruaje en medio del juicio y la usó como ejemplo de una de las acusaciones que se le hacía a Flaubert y a su novela: ofensas a la moral pública. Pero lo peor no fue eso, sino la excusa frívola que utilizó Ernest Pinard en su alocución cuando dijo que Madame Bovary debía ser censurada porque la novela promovía “la poesía del adulterio” y para que “no cayera en manos de niñas”. Esa es, 166 años después, la misma máscara detrás de la cual se esconde el conservadurismo patético de Proyecto Dignidad: “con los niños no se metan”.
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