Desde muy temprana edad, la exposición a música que le pudiera ser extraña a mi generación ha sido una práctica cotidiana para mis oídos. Recuerdo por las mañanas cuando niño, entre Menudo, Chayanne y Rock de los ´80, mi madre se despedía de mí en la escuela; en la tarde, regresando con Gilberto Monroig, Edmundo Disdier y Bobby Capó en el casette player del Ford Taurus rojo de mi abuelo, que en paz descanse; y en los veranos con mi padre, acompañado de Rubén Blades, Nino Bravo y Fiel a la Vega de camino a la playa de Combate en un día soleado. Nunca me resistí a ningún género. Para mí, la música es como la comida, mientras sea buena, hay que probar de todo.
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