

El que falla en lo simple está condenado a fracasar en lo complejo. Nuestra isla, tristemente, parece atrapada en ese círculo vicioso. Nos acostumbramos a los planes estratégicos, los megaproyectos, las visiones transformadoras, pero en el camino tropezamos una y otra vez en lo más elemental. Nos encanta soñar, discutir y planificar —y eso no está mal— pero fallamos al ejecutar. Y no fallamos en lo ambicioso, sino en lo cotidiano. Hemos adjudicado este derrotero a la falta de recursos. Sin embargo, con todo respeto, en gran medida se debe a una visión desconectada de la realidad. Es apremiante una introspección, lo que a menudo he referido como un “acto de contrición” y un nuevo énfasis en lo básico, en lo simple, en lo esencial, un punto de partida hacia gestas mayores.
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