Ya no puedo defender su inocencia infantil -tiene doce años- y tampoco puedo mentirle a mi hijo cuando me pregunta si van a cerrar su escuela, la Central de Artes Visuales, que fue también la mía. Así que le miento lo mejor que puedo y solicito ayuda del rumor y de la rabia, que es como apostar por dos acciones totalmente inconexas: esperar a que Plutón vuelva a ser un planeta y no olvidar que Julia Keleher cedió el terreno de una escuela pública a cambio de condiciones favorables para la compra de un apartamento en Ciudadela. Pero hasta las lanitas que se le asoman en la cara a mi hijo -sombra de bigote y tres pelos en la barbilla- supieron que ya no podía mentirle ni bien ni mejor; despacharlo con la frase “no te preocupes que esos son rumores” y luego prometerle “una protesta enorme si al gobierno se le ocurre cerrarla” fueron para él la evidencia final y firme de que el futuro desolador es nuestra dirección permanente. Además, no hacía falta que le mintiera ni bien ni mejor, pues él mismo ha visto en carne propia el deterioro de su entorno escolar: afuera, los edificios abandonados entre la parada 18 y la 20 imitan ese desierto cursi de la ciencia ficción y, adentro, en el clausurado tercer piso de la escuela, todos los días se desprenden pedazos del falso techo, a veces al ritmo de un volcán adolescente y con acné, y otras como un perezoso cartógrafo.
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: