Había caído la noche. Iba llegando a su fin el lunes, 4 de noviembre de 1940. Al día siguiente se celebraría la elección más transcendental del siglo 20 puertorriqueño. Y Luis Muñoz Marín, física y emocionalmente agotado, se aprestaba a dirigirse al país por última vez antes de conocerse el veredicto de las urnas. Aquella campaña había sido una batalla despiadada. Contra Muñoz se había desatado una feroz campaña de destrucción personal: que si estaba escondiendo la independencia, que si era comunista, enemigo de la religión, ateo, antiamericano, chota a las órdenes de la inteligencia americana, alcohólico, morfinómano, adúltero, vago diletante adicto al ocio, entre tantas otras acusaciones.
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: