

En menos de un año, Puerto Rico estará inmerso en una nueva campaña electoral de cara a los comicios de noviembre. Con demasiados años seguidos de precariedad económica, imposición de Junta de Supervisión Fiscal y sindicaturas, escándalos de corrupción en casi todos los bandos, oportunidades potencialmente aprovechables en los fondos de reconstrucción para impulsar una agenda de crecimiento más allá de los proyectos coyunturales, y un escenario global cuando menos incierto, uno pensaría que se avecinaría una oportunidad dorada para la emergencia de nuevos liderazgos capaces de diferenciarse e inspirar. Lo que abunda, sin embargo, es algo muy distinto.
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