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El melonismo fue el último reducto de nuestro erotismo electoral. Entre la eyaculación precoz del voto útil y la libidinal alcoba pública del nacionalismo cultural, el Partido Popular Democrático inauguró el nuevo milenio a fuerza de promesas de kamasutra que nunca pudo cumplir del todo. La boda en Fortaleza, los pivazos, los endosos por candidaturas, el voto mixto, la aparición de partidos emergentes y el striptease de la quiebra -lejos de despertar nuevas zonas erógenas- le quitó la poca vocación tántrica que le quedaba al partido; poco a poco abandonó el cuero y las cremalleras, colgó el negligee, tapó escotes, detuvo el peregrinaje motelero de mediados de febrero, dejó de mojarse en el jacuzzi rojo en forma de corazón y se tomó demasiado en serio aquella frase irónica de Carlos Monsiváis: “le devolvemos el orgasmo”.
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