

Para encarcelar a los estudiantes no hay que arrestarlos. Basta con encadenarlos a un lenguaje empobrecido donde el cerebro se convierte en una prisión, una forma de condenarlos a un grillete mental. De poco vale tener pensamientos si no encuentran las palabras necesarias para decir lo que llevan dentro, expresar ideas y sentimientos. Y pensamiento y palabra van unidos, “ordena las palabras y habrás ordenado el pensamiento.” Pero difícil es ordenarlo si los amarramos a un lenguaje defectuoso. Y si la lengua es lo más parecido a la libertad, les estamos robando la libertad a los jóvenes de ser ellos mismos, de desarrollarse, de crear, porque en la lengua están los valores y la forma de ser de los pueblos.
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