A veces el cine es tramposo y las fotos de techos que él me envía a cada rato me lo recuerdan; son como bofetones de paisaje que me sacuden el cinismo distópico y me salvan de la diaria tontería politiquera, escribe Cezanne Cardona Morales
A veces el cine es tramposo y las fotos de techos que él me envía a cada rato me lo recuerdan; son como bofetones de paisaje que me sacuden el cinismo distópico y me salvan de la diaria tontería politiquera, escribe Cezanne Cardona Morales
Siempre nos gustó el final original de aquella película del futuro en el que Harrison Ford (Deckard) huye con la bellísima androide Rachael (Sean Young). Nos fascinaba cuando Rachael le preguntaba a Harrison si ahora que huían -si ahora que Deckard no mataba androides como antes- podían llamarse amantes. A Rachael le quedan tres o cuatro años de vida, según la programó la compañía que los fabricaba, y eso era lo que a él y a mí nos quedaba de la universidad para alcanzar nuestros sueños; él apostó por jugar en el Baloncesto Superior Nacional y yo por dar clases en la Universidad de Puerto Rico. Pero Ridley Scott, el director de Blade Runner, eliminó aquel final y lo intercambió por uno tajante, al igual que nuestro país que apenas nos dejó gozar una cuarta parte de nuestros anhelos; él jugó en varios equipos del BSN, por un minúsculo sueldo y yo apenas imparto clases en la UPR por un mísero cheque, como esos tantos profesores a tiempo parcial que pronto quedarán desempleados. Hace poco, mientras esquivaba baldes en el suelo para las goteras que caían del techo en la Biblioteca Lázaro, me acordé de él, pues precisamente a eso se dedica: limpia techos con máquinas de lavado a presión y repara filtraciones. Entonces lo supe: el Prometeo que pintó Tamayo para la Lázaro no le robaba el fuego a los dioses, sino una máquina de lavado a presión.
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