La última novela de Vargas Llosa es otra evidencia más de que la literatura siempre se sale con la suya, es decir, la prueba feliz de que la literatura es la mejor de todas las venganzas, escribe Cezanne Cardona Morales
La última novela de Vargas Llosa es otra evidencia más de que la literatura siempre se sale con la suya, es decir, la prueba feliz de que la literatura es la mejor de todas las venganzas, escribe Cezanne Cardona Morales
A Mario Vargas Llosa se le empañaron los espejuelos. Esa era la frase que yo solía usar cada vez que el Nobel peruano apoyaba algún candidato de la derecha o escribía una columna en la que, por ejemplo, reducía nuestro colonialismo a una mancomunidad feliz y fiestera o proyectaba nuestra tradicional indecisión de estatus como una solución política encomiable para el mundo. Merecida o no, la frase era una defensa efectiva, pero tramposa: por un lado, mostraba mi disgusto respecto a sus maniqueísmos periodísticos y, por otro, confesaba mi gusto por la obra novelística del peruano, puesto que la imagen de los espejuelos empañados procedía precisamente de una de sus novelas más contundentes.
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