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Sé por experiencia propia lo que se siente tener dos piernitas encima de ti, un codito enterrado en la espalda y recibir uno que otro manotazo de madrugada. A pesar de la incomodidad y el sueño interrumpido, al día siguiente nos debemos levantar y empezar el día con el mismo entusiasmo que tendríamos si hubiésemos estado en un spa. Lo peor de todo es que muchas veces continuamos y hasta fomentamos esa costumbre nocturna al permitir que nuestros hijos compartan nuestra cama.
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