A raíz de haber sido impactados por eventos y desastres naturales, la vida estudiantil cambió radicalmente
A raíz de haber sido impactados por eventos y desastres naturales, la vida estudiantil cambió radicalmente
Según van pasando y modernizándose los tiempos, nos enfrentamos a retos, cambios y transformaciones que, de alguna manera, nos conducen a tomar decisiones sin saber si funcionarán o no. Uno de estos cambios fueron las clases virtuales. A raíz de haber sido impactados por eventos y desastres naturales, nuestra vida estudiantil cambió radicalmente.
Decisiones de otras personas nos dieron como alternativa educativa tomar clases desde nuestros hogares para así no quedarnos rezagados en términos educativos. Comenzaríamos con una nueva metodología llamada “autoaprendizaje”, que, sin saberlo, ya muchos la practicábamos, lo que no nos tomó por sorpresa y tampoco fue muy complicado.
Hubo desánimo, nostalgia y frustración, además de preocupación debido al cambio al que nos enfrentaríamos. En muchos de nuestros hogares, la desesperanza, desconfianza y tensión eran la orden del día. El aspecto económico se vio afectado, no teníamos equipos tecnológicos, mucho menos servicio de internet. En muchos casos, éramos más de uno tomando clases virtuales sin haber tomado ningún tipo de adiestramiento; muchos de nuestros padres, abuelos o encargados no podían brindarnos ayuda: unos [porque estaban] trabajando y otros [porque] no entendían sobre tecnología. Fue un reto que tuvimos que enfrentar.
Ya comenzadas las clases virtuales, nos dimos cuenta de la gran responsabilidad que conllevaban. Conectábamos diariamente a cada clase, de manera virtual-presencial, pues las cámaras debían estar encendidas. Fue como perder la privacidad, no solo de nosotros, sino también de nuestros profesores, que dieron siempre el máximo de sus capacidades para guiarnos en esta manera novel y algo complicada. Esto funcionó para los estudiantes que, al igual que yo, mantenemos unos buenos hábitos de estudio y aprendizaje, pero no lo fue para los estudiantes de necesidades especiales que requerían de acomodos razonables y de mayor ayuda a la hora de estudiar.
Si se iba la luz, todo se interrumpía; teníamos que volver a empezar o nos perdíamos esa clase. ¡Qué mucho lloramos, nos frustramos y nos deprimimos! Pero, todo pasó, ahora veo esto desde otra perspectiva. Mi bisabuela me dice: “Mi niña, esas clases han existido siempre. Yo tomaba clases por televisión en los años 1968 al 1970, en el Canal 6, a las cinco de la tarde, un programa que se llamaba ‘Leamos amigos, primer y segundo grado’, esas fueron mis clases virtuales”. Quiere decir que siempre las hemos tenido.
Con las clases virtuales se aprende. Yo aprendí; fue mi propósito y empeño. No al mismo ritmo que [con] las presenciales, pero supe obtener aprendizaje y provecho. Con estas clases logramos tener más acceso a medios de información, nos conectábamos desde cualquier lugar, ajustábamos nuestro horario y hasta ahorrábamos en transportación, entre otros detalles. Era importante contar con un lugar tranquilo y apacible, sin distractores.
Plataformas educativas tales como: Google Classroom, Zoom, Blackboard, Teams, Outlook, entre otras, fueron de ayuda y beneficio. Las clases virtuales son una herramienta que siempre deberían estar presentes en nuestra educación. No deben ser eliminadas, aunque quizás sí mejoradas.
El autoaprendizaje nos permite tener un proceso de formación voluntaria y, de acuerdo con el interés personal que tengamos. Es un método efectivo que nos ayuda a la autoformación. Quien asuma utilizar este método de aprendizaje debe tener gran responsabilidad frente a todo este proceso, pues las metas nos las fijamos individualmente. Con dedicación, disciplina y compromiso, todo se puede lograr, lo que se requiere es tiempo y paciencia.
La autora es estudiante de undécimo grado de la Escuela Especializada Josefina León Zayas, en Jayuya.
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