Aunque los casos de suicidio han ido disminuyendo, todavía es un problema de salud pública preocupante y alarmante que requiere de la atención de todos para prevenirlo
Aunque los casos de suicidio han ido disminuyendo, todavía es un problema de salud pública preocupante y alarmante que requiere de la atención de todos para prevenirlo
Mientras los temas de salud mental se han caracterizado por mantenerse silenciados, en lo oculto y llenos de estigmas y mitos, década tras década, nos topamos con una generación más dispuesta a aprender de estos y a hablarlos abiertamente.
En la actualidad, vemos en los jóvenes una apertura en tratar la salud mental como algo natural, necesario y normal. Esto permite que asuntos como el suicidio sean discutidos y que haya una conciencia colectiva dirigida a su prevención.
Desde el 2003, que se oficializó el 10 de septiembre como el Día Internacional para la Prevención del Suicidio, los esfuerzos para prevenir estas muertes han ido dando resultado con una disminución de casos. Para la década de 1990, en Puerto Rico, los casos promediaban los 300 anuales. Actualmente, tenemos un aproximado de 180 suicidios al año.
Las mujeres, principalmente entre las edades de 25 a 35 años, son quienes más intentan el suicidio, ingiriendo pastillas. Sin embargo, son los hombres, mayormente de 35 años de edad, quienes se privan de la vida con más frecuencia, ya que estos utilizan métodos más letales como el ahorcamiento, el uso de armas de fuego o por envenenamiento.
Aunque los casos de suicidio han ido disminuyendo, todavía es un problema de salud pública preocupante y alarmante que requiere de la atención de todos para prevenirlo. Para ello, hay que saber identificar las posibles señales de una persona con pensamientos suicidas. Para hablar de estas, tenemos que conocer de qué tipo de paciente estamos hablando, porque el suicidio es multifactorial.
La doctora en psiquiatría general Annabelle Rodríguez Llauger divide a los pacientes con pensamientos suicidas en tres categorías: el impulsivo, el tóxico y el ponderado.
El paciente impulsivo es aquel que, en medio de una pelea, de un arrebato de cólera o de alguna situación específica, piensa que quitarse la vida es la única alternativa que tiene para resolver el conflicto. Este es un paciente que no necesariamente ha contemplado o planificado la acción, sino que reacciona de una forma impulsiva con un intento. Ejemplo de ellos son los adolescentes, personas con trastornos de personalidad, con problemas de personalidad fronteriza, y problemas en el manejo de sus impulsos.
“Ese grupo de pacientes es frecuente. Además de uno conocer que son explosivos e impulsivos, no hay mucho de uno poder identificar signos, síntomas o señales con anticipación, porque es un paciente que está reaccionando a un evento específico. Sí, uno puede identificar que ese tipo de personas tiene un riesgo de tener un acto autodestructivo. Ese tipo de personas suelen tener eventos repetitivos, de poca letalidad”, explicó Rodríguez.
El paciente tóxico es el que genera pensamientos suicidas cuando está bajo los efectos de sustancias. Estas pueden ponerlos paranoides, celosos y erráticos. Ese tipo de paciente, una vez identificado, tiene que ser protegido en lo que le pasa la toxicidad. Usualmente, son pacientes que experimentan psicosis, son bipolares sintomáticos, sufren esquizofrenia, o están bajo los efectos del alcohol o de alguna otra sustancia.
El paciente ponderado es el que mentalizamos cuando, como colectivo, pensamos en una persona suicida. Este es aquel que planifica su muerte, el que tiene unas situaciones para las cuales busca ayuda y no ve salida; poco a poco va convenciéndose de que el suicidio es la única alternativa para resolver lo que le esté aquejando; pueden ser problemas económicos, laborales, amorosos, familiares o de salud. Este es el grupo de pacientes que se puede identificar por algunos cambios en su personalidad y en su comportamiento.
“Como lo está planificando, puede entrar en algunas conductas que son identificables, que el paciente cambie en su forma de actuar ante las cosas, que se retraiga, que tenga depresión clínica, que tenga cambios en su personalidad base. A esas personas es que les adjudicamos, que pueden empezar a soltar pertenencias suyas de valor, que delegan propiedades o responsabilidades a otros. Son los que dejan instrucciones, tratan de quitarle peso a esas cosas que les amarran a la vida; van delegando, soltando”, indicó la psiquiatra con más de 30 años de experiencia.
Conocer sobre este tema nos ayuda a despejar los mitos que rodean el suicidio.
Usualmente, estos pacientes piensan que el suicidio es la solución para sus problemas y que, a su vez, resuelven los de sus familiares y seres queridos al no estar presente. “Eso no es cierto. La marca, el legado que se le deja a la familia y a las generaciones por venir es bien negativo. La gente que me quería lo que interpreta es que tiene permiso para hacer lo mismo cuando no vea soluciones. Además, que se les dice que no eran razón suficiente para permanecer aquí. Deja muchas preguntas y sentimientos de culpa”, enfatizó Rodríguez.
Otro mito frecuente es pensar que el paciente suicida se proyecta como deprimido. “La mayoría de las descripciones (de los familiares) es que la persona está feliz, interactuando y que la familia siente que no había dado ninguna señal. Es la historia más común en los reportes suicidas”.
El suicidio es prevenible y las estadísticas lo han estado demostrando. Es por ello que compartimos cómo ayudar a esa persona que está teniendo pensamientos suicidas.
Busca tratamientos médicos, ya sea a través de farmacoterapia, hospitalización, terapia hablada, terapia familiar y técnicas de relajación, entre otras. Esto dependerá de los factores que incidan en la situación particular de cada paciente.
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