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Uno de mis lemas de vida es que “la felicidad es una decisión personal”. Lo afirmo porque he aprendido que lo que define esa “felicidad” no es tanto lo que nos ocurre, sino cómo lo interpretamos. Cinco personas pueden experimentar las mismas vicisitudes o traumas de vida, y mientras unas terminan paralizadas emocionalmente, otras crecen y se fortalecen, logrando construir vidas productivas y con propósito. Eso es felicidad.
Sin embargo, entiendo que mi definición de “felicidad” no necesariamente tiene que ser la misma que tienen ustedes. Múltiples estudios sobre el tema señalan que existen elementos comunes entre las personas que se identifican como “felices”. Quiero compartir algunos de estos llamados “hábitos” de las personas felices. Son “hábitos” porque los felices buscan la forma de incorporarlos en su día a día. Algunos los han desarrollado como respuesta a sus experiencias de vida, otros los han aprendido en el proceso de su crianza. Hay quienes han tomado la decisión de incorporarlos en sus vidas porque les han encontrado sentido. Pero, la realidad es que todos podemos aprender a ser más felices si tomamos la decisión de transformar viejos patrones tóxicos en actitudes más positivas.
Lo único seguro en la vida es que nada es seguro. Las personas felices han aprendido a fluir con esos cambios, aun cuando les cueste trabajo de primera intención. Aquellos que, por el contrario, resisten emocional y hasta físicamente los cambios, viven desperdiciando energía, al agarrarse de algo que no van a poder controlar. Suelta el control, fluye y confía…
Si pensamos en personas infelices que conocemos, seguramente, vamos a descubrir que esa infelicidad es el producto de vivir en el pasado o en el futuro. El dolor nace de vivir en el pasado, ya sea porque fue mejor que lo que tenemos hoy, o porque nos dejó heridas que no hemos sanado. Por otra parte, la ansiedad es hija de vivir en el futuro, preocupándonos por lo que puede ocurrir o yéndonos siempre al peor de los escenarios. Es por lo que la felicidad es imposible para aquellos que viven en el dolor y en la ansiedad.
Practicar la meditación, pensando en el momento presente, nos ayuda a traer la mente al ahora y a aprender a reconocer cuando esos pensamientos están volando a espacios mentales que nos son saludables. Vivir en el presente siempre nos va a hacer más felices.
Es obvio que hay personas más sociables que otras. Están los que siempre necesitan un “corillo” a su alrededor y los que atesoran espacios de soledad. Está comprobado que las personas que cultivan relaciones significativas a través de sus vidas siempre van a sentirse menos solas y más apoyadas. Con los años, vamos perdiendo seres queridos por mudanzas, muertes o cambios en circunstancias de vida que nos separan. Sin embargo, eso no quiere decir que no podemos crear nuevos vínculos. La mejor forma de hacerlo es escuchando a otros e importándonos sus vidas. Además, podemos siempre conocer gente nueva, cuando nos damos la oportunidad de realizar actividades que nos disfrutamos y donde encontramos personas con intereses similares.
Otro de mis lemas de vida es “lo que no se habla, no se sana”. Las personas felices reconocen que hablar o escribir sobre lo que están sintiendo resulta liberador. Aun cuando no esperamos respuesta o soluciones, saber que podemos descargar eso que nos está apretando el pecho resulta sanador.
Sin embargo, una cosa es hablar lo que nos duele o preocupa, y otra es vivir con la cantaleta de la queja. Los “quejosos” tienden a sentirse víctimas de sus circunstancias y las víctimas nunca son felices porque no toman responsabilidad por lo que les toca. La culpa siempre la tienen otros y esos otros, generalmente, son el punto principal de sus quejas. Observa si estás hablando para desahogarte o quejarte, y si es queja, cambia el canal.
El perdón, al igual que la felicidad, es para mí una decisión personal. Uno escoge no cargar con ese resentimiento o dolor y decide soltarlo. Hay quienes prefieren quedarse con él porque entienden que el resentimiento, de alguna forma, los protege o los hace más fuertes. “Si perdono, me vuelven a herir”, es el pensamiento erróneo de muchos.
La realidad es que el perdón es para el que lo otorga porque cuando perdonamos, nos liberamos. El hacerlo no quiere decir que necesariamente reanudamos una relación con la persona que nos hirió. El perdonar es sinónimo de bendecir y dejar ir. Date la oportunidad y descubre la felicidad que puede traer a tu vida.
La autora es “coach” de vida y colaboradora de MCS.
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