Es una herramienta necesaria para mantener los niveles de anticuerpos a niveles óptimos por mas tiempo
Es una herramienta necesaria para mantener los niveles de anticuerpos a niveles óptimos por mas tiempo
En medio de cualquier crisis, buscamos cuál sería la mejor solución para salir de la misma lo antes posible. Una crisis, de por sí, es retante, pero más aún si el problema va evolucionando o mutando constantemente. Este es el asunto que tenemos ante nosotros: que estamos batallando con un virus que no es estático, sino cambiante. Por eso, surgen las discusiones públicas del tema de las variantes del COVID-19.
Primero surgió la variante alpha, pero también se escuchó de la beta y la gamma. Estas no resultaron en mayores complicaciones para la salud pública, hasta la aparición de delta. Países que parecían haber domado la pandemia (como India y Rusia) se toparon con lo que ya Italia, Brasil y Nueva York habían vivido: sistemas de salud colapsados, mientras pacientes esperaban en las afueras de los hospitales por tratamientos. Delta resultó ser una variante altamente contagiosa, aunque no más severa.
Mucha preocupación surgió sobre qué tan efectiva se mantendrían las vacunas. Un análisis muy bien preparado por el doctor Rafael Irizarry junto al Departamento de Salud de Puerto Rico (datos de nuestro país, de nuestros ciudadanos y por nuestros científicos) logró darnos la respuesta que buscábamos y un poco más. Las vacunas actuales son muy potentes, inclusive contra la variante delta, pero su efectividad disminuye a través del tiempo y esto es más marcado en personas mayores de 65 años. Con Janssen/Johnson & Johnson, la efectividad baja a partir de los dos meses de vacunación. En el caso de las vacunas de mRNA (Pfizer y Moderna), la efectividad disminuye luego de seis meses. Pero, en aquel momento, no estábamos autorizados a ofrecer dosis adicionales a las personas, lo que nos causaba mucha ansiedad.
Recientemente, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, en inglés) y los Centros para el control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) autorizaron el ofrecimiento de dosis adicionales a las personas. Ese booster o tercera dosis es una herramienta necesaria para mantener los niveles de anticuerpos a niveles óptimos por más tiempo.
Es importante tener en cuenta lo siguiente: no podemos comparar la estrategia de vacunación contra la influenza con la del COVID-19. La influenza es un virus que ha adquirido un patrón de infecciones por temporada. Es decir, sabemos que en los meses de diciembre, enero y febrero ocurre la temporada alta de contagios. Por lo tanto, nos vacunamos una vez al año (desde octubre, ¡aún están a tiempo!). En el caso del COVID-19, este virus no ha tomado temporadas. Es decir, no podemos predecir cuándo esperamos una alta transmisión. La estrategia de vacunar una vez al año, entonces, sería difícil de utilizar en estos momentos.
Una manera de simplificar la conversación sería entender que hay cosas que sabemos y cosas que no sabemos. No sabemos qué impacto, por ejemplo, traería la variante ómicron. No sabemos si pronto viene otro repunte de contagios y no sabemos cuándo nos expondremos a una persona contagiada. Lo que sí sabemos es que las vacunas de mRNA han mantenido alta efectividad contra las variantes que ha presentado el COVID-19 hasta ahora, pero, óptimamente, por seis meses. Sabemos que el virus seguirá su esfuerzo por mutar, por lo que, en algún momento, tendremos que reformular la vacuna. Pero, hoy, hay que entender que la dosis adicional a los seis meses es parte del proceso para mantenerse óptimamente protegido. Es por eso que se quitaron las restricciones y ahora se permite a toda persona mayor de 18 años acceder a una tercera dosis. Inclusive, esa dosis podemos cambiarla de Pfizer a Moderna y viceversa. Más importante aún, toda persona vacunada con Janssen/Johnson & Johnson que pueda moverse a vacunas de mRNA logrará protección por más tiempo. Tenemos la oportunidad de crear una comunidad de altamente vacunada, aprovechémoslo y vacunémosnos con la misma voluntad y sentido de urgencia como cuando llegaron las primeras vacunas.
El autor es infectólogo, presidente de la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de Puerto Rico y miembro del Comité Científico COVID-19 de Puerto Rico.
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