Por más de cinco décadas, la danza ha sido su pasión y herramienta de bienestar
Por más de cinco décadas, la danza ha sido su pasión y herramienta de bienestar
El enfoque y el arduo trabajo corporal que exige, tal cual fuera una disciplina deportiva, además de su finalidad comunicativa, estética y expresiva, hacen del ballet el ejercicio perfecto para mantener un cuerpo dinámico y activo, así como una mente ágil, fresca y despejada.
“Siempre me ha gustado hacer ejercicios. Más aún a esta edad, por la osteoporosis y la artritis, pero prefiero una clase de ballet, porque es con música y una coreografía, y, a la vez, trabajo los músculos, tanto o más que si fuera a un gimnasio, con algo que llevo haciendo desde niña”, comentó Ana María “Maty” Castañón, quien ha sido bailarina de ballet profesional por más de cinco décadas.
Se colocó unas zapatillas de ballet por primera vez a los ocho años, luego de llegar a Puerto Rico junto a sus padres y hermano, con algunas pertenencias y la ilusión de que, en unos meses, pudieran regresar a su casa, en Cuba.
Contó que su salida, en medio de la Revolución cubana, fue traumática, dejando atrás a su abuela, tías y demás familiares, y su residencia frente al Malecón.
“Por suerte, pudimos venir para Puerto Rico, que se parece mucho [a Cuba]”, agregó.
Aquí, sus padres, ambos abogados de profesión, establecieron un negocio de estudios de títulos, Professional Title Services, el cual ella heredó y mantiene vigente actualmente. Además, se mudaron a la urbanización Villa Nevárez, en San Juan, y su hermano consiguió estudiar con una beca en el Colegio San Antonio Abad, para eventualmente proseguir estudios en el exterior y convertirse en catedrático de la Universidad de Boston. Por su parte, Maty conoció el ballet, su afición.
“El ballet, para mí, era un escape, porque ahí yo estaba en un mundo donde todo era bonito y me fui envolviendo”, recordó emocionada.
A los 13 años, fue maestra asistente de Myrta Estévez, quien le enseñó a bailar en su niñez, y a los 16 montó su propia academia de baile, Maty’s Mini Ballet, en la terraza de su casa, donde enseñaba baby ballet a las niñas de su comunidad. Dos años después, cerró su escuela, para dedicarse a sus estudios en idiomas en la Universidad de Puerto Rico y para ser bailarina profesional.
Fue, entonces, que entró como miembro del coro a Ballet 70 y a Ballets de San Juan, donde ha dado clases desde el 1971, para luego pasar a solista, hasta ser la bailarina principal, en piezas como El Lago de los Cisnes y Giselle. En el 1979 salió a los Estados Unidos, donde permaneció durante la década del 1980. Formó parte del Pittsburgh Ballet Theater, el Ballet Arizona y The Milwakee Ballet.
“Volví cuando mi papá falleció, de un ataque al corazón, en el 1990. Ahí, estuve trabajando con el Ballet Teatro Municipal de San Juan, hasta el 1994, que dejé de bailar”, aunque hizo apariciones especiales para el Festival de Teatro Internacional y El Cascanueces, en Denver, en el 1995, entre otros.
Como artista invitada tuvo muchas participaciones en la República Dominicana y, en el verano del 1989, estuvo diez semanas en África del Sur. Además, ha coreografiado muchas óperas como Carmen y Pescadores de perla. “En el 1998 bailé en el Festival Internacional de Ballet. Hice una pieza mía, Aire, con la música de Air on G String de Bach, en el Teatro Tapia”, compartió.
Al profundizar sobre su vida, comentó que no se le ha quedado nada por hacer, profesionalmente, puesto que, además de bailar ballet en los escenarios locales y fuera del país, también ha podido ser maestra de muchos y muchas, hasta que llegó la pandemia y tuvo que dejar de hacerlo.
“A mí me encanta enseñar, porque cuando uno enseña, aprende mucho también. En esa explicación, uno se refresca”.
Su relación con el ballet ha evolucionado, ahora que es una bailarina de ballet retirada. Continúa bailando junto a otras que, como ella, están en el retiro de los escenarios, formando así un grupo que han denominado como las Retired Ballet Dancers Support Group.
“Nosotras gozamos muchísimo. Ya los maestros nos conocen y tenemos licencia geriátrica”, dijo entre risas. “Todas somos retiradas, viejas mayores de edad, aunque ellas son más jóvenes que yo. ¡Gozamos un montón!”, sostuvo animada.
La dinámica de la clase y compartir con otras compañeras retiradas resulta divertido para ella y su esposo, Leslie Howard, a quien conoció bailando, también, en Arizona.
“No hay presión, porque no vamos a volver a un escenario, pero siempre uno trata de hacer lo mejor que uno pueda. Todo evoluciona, nada se mantiene igual; el cambio es ‘parte de’. El día que no cambie y no me duela nada, es porque morí”, añadió risueña.
Aparte de los beneficios físicos que trae practicar ballet como ejercicio, esta disciplina también tiene sus aportes en la salud mental, puesto que ayuda con la memoria y la concentración, al tener que memorizar una coreografía, además de la coordinación y mejorar la autoestima, entre otros.
“Lo primero que hago es concentrarme. El maestro te da un ejercicio, te lo tienes que aprender y tratar de ejecutarlo lo mejor que puedas”.
Es por esto que el ballet se ha convertido en una opción para los adultos mayores ejercitarse física y mentalmente, con la apertura de cursos dirigidos a estos, incluso para aquellos que no tienen experiencia previa.
“Para mí, la clase de ballet es una terapia mental. Por hora y media no puedes estar pensando en problemas personales o del trabajo. Te tienes que concentrar en la música, en el ejercicio y en la ejecución. Es una forma de descansar la mente”, destacó Castañón.
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